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Con motivo del encuentro organizado por la Unsam, la Universidad Nacional de San Martín, como homenaje al gran investigador y profesor argentino José Emilio Burucúa, quien terminado el año abandonará la cátedra de Problemas de Historia Cultural en esa institución, los historiadores Roger Chartier y Carlo Ginzburg pasaron por Buenos Aires para participar como conferencistas en las Jornadas Internacionales Encrucijadas del saber histórico mediados de noviembre, además de tener actividades en la Biblioteca Nacional y de que Ginzburg reciba, por parte de la Universidad de San Martín, el Doctorado Honoris Causa. Tanto Chartier como Ginzburg han tenido en su horizonte de problemas la relación entre historia, libro y materialidad, partiendo de perspectivas que tienen que ver tanto con la filología como con el análisis histórico, la búsqueda de documentos o el estudio de eventos particulares en marcos históricos muy determinados.”Somos amigos desde hace varios años, y hemos trabajado en diferentes pero, potencialmente, convergentes direcciones”, comenta Ginzburg en el comienzo de esta entrevista. “Sin embargo, hay una divergencia entre su enfoque y el mío, una divergencia que califico como histórica, no ontológica, y que me retrotrae a un inolvidable congreso en Liubliana en 2011 que hemos tenido la oportunidad de compartir”.
Usted habló de puntos convergentes y, en algún sentido, en esa convergencia aparece, de una manera un poco más evidente, una posible diferencia en sus enfoques. ¿Cuál considera que es esa divergencia?
Ginzburg: Básicamente, hay una característica determinante en el uso del libro en un sentido amplio. O sea, tanto en sus elementos materiales como en el libro como un objeto que le da forma a un determinado mensaje, podemos encontrar un énfasis en la manera en la cual su apariencia visual afecta la percepción del texto. Muchos años atrás, exactamente en 1979, publiqué un ensayo llamado “Indicios”: allí digo que nuestra cultura, la cultura occidental, percibe la diferencia entre texto (en un sentido amplio) e imágenes de una manera diferente. Las imágenes, por ejemplo, un cuadro de Rafael, pueden ser replicadas, pero terminarán siendo algo diferente, aún la más perfecta copia va a ser diferente. Por el otro lado, nosotros asumimos que aún cuando le prestemos atención a los elementos materiales de un texto, en principio, es posible replicarlo de manera exacta. Podemos considerar que un texto aparece en un determinado formato material, en una determinada hoja con determinadas características, pero aún así hablamos del mismo texto, porque asumimos que hay un texto invisible que puede ser replicado. Recuerdo que, como argumento en esa polémica en Liubliana, propuse un caso extremo: si escribo el número 7 en una hoja roja y después escribo el mismo número en una hoja verde, estamos compelidos a decir que el número es el mismo, que no está afectado por el color de la hoja. Podemos distinguir, entonces, dos actitudes: una volcada hacia lo que yo llamo “el texto invisible” y otra concentrada en los elementos visuales del texto, la posibilidad de que el texto pueda ser copiado con variaciones. La idea de “texto invisible” opera como un principio, un principio que nos permite asumir que un texto es exactamente replicable, copiado, quizás con variaciones, pero en efecto resulta el mismo texto.
Chartier: Estoy un poco preocupado con este concepto del texto invisible. ¿Dónde está este texto invisible? Se me dirá que es invisible, por supuesto, que no se puede ver, pero inmediatamente que un texto llega a sus lectores, al acto mismo de lectura depende de una dimensión material, y el concepto de texto material no solamente se preocupa por problemas de forma, sino que también implica una forma de inscripción del texto sobre la página. Puede ser la disposición, el así llamado “layout”, o la ortografía. Me parece que este “texto invisible” que usted presenta, a partir de los ejemplos particulares que se han vertido aquí, es difícil de identificar. ¿Dónde está el “texto invisible” de Hamlet? La primera edición, de 1603, en la primera línea del monólogo más famoso de todo el universo del teatro, el célebre “To be or not to be”, leemos después la expresión “I there’sthepoint”. Por otro lado, la edición de 1604 agrega después “that is the question”. También hay que destacar que, en la versión de 1603, encontramos toda una serie de referencias al Purgatorio y a una fuerte concepción cristiana, cosa que desaparece en la edición de 1604. Lo que tenemos son dos textos materialmente diferentes uno del otro, Yo respondería que lo que tenemos en realidad es una desmaterialización del texto, esto es, estos textos son Hamlet. Pero estos Hamlets invisibles, soñados por Shakespeare o fruto de la imaginación misma del público, existen solamente para ellos en función de la dimensión material del texto, por eso se “desmaterializan”. Hay un proceso de desmaterialización que nos permite construir un término genérico para la obra, pero eso no significa que haya un texto invisible. La distinción entre una lectura platónica y una pragmática depende precisamente en la postulación de un texto invisible, por un lado, y un texto desmaterializado, por el otro. Ese texto desmaterializado se da a partir de un suceder histórico, y cada uno de los lectores a lo largo de la historia, en un sentido pragmático, ha tenido una relación especial, particular con un texto material determinado, más allá de la instalación de esta “etiqueta” que nos permite decir que tal o cual lector está leyendo Hamlet o Don Quijote. El libro siempre fue definido como algo compuesto de dos realidades. Como un objeto y como un discurso. En el Siglo de Oro español, eso dos aspectos fueron definidos como el cuerpo y el alma, mientras que en el siglo XVIII, con la Ilustración, se hace la distinción entre el libro como “opus mechanicum”, algo material, y como algo dirigido a un público, el libro dirigido hacia alguien. Esos dos aspectos están implicados en la famosa pregunta de Kant, “¿Qué es un libro?”. Si se ataca esta conjunción, se pueden abrir preguntas que atañen a esta idea platónica del texto, que también tiene sus consecuencias jurídicas. El texto invisible tiene un particular rol en el copyright, porque el copyright protege al texto en su sentido invisible. En la experiencia pragmática de cualquiera de nosotros, la relación con el texto no es nunca con uno invisible, sino material, e incumbe un tipo particular de performance, o específica forma de inscripción. No creo para nada que haya una posibilidad de reproducción absoluta de un texto.
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